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un saludo, Félix Olivera

domingo, 31 de enero de 2016

El Orbe

Juan era desde hacía muchos años un joven investigador de civilizaciones antiguas que había pasado la mayor parte de su vida entregado a la materia. 
Algunos de sus más allegados consideraban que Juan se había vuelto una persona huraña y extraña que apenas salía y que se había obsesionado demasiado con el pasado. Y quizás tuviesen razón, sin embargo estas críticas apenas lograban apartarlo de sus pasiones.
Hasta que un día un desconocido llamó a la puerta de Juan y le pidió que le hiciera un pequeño favor.
El desconocido prefirió no desvelar su nombre y le hizo entrega de un raro artefacto que según el desconocido poseía propiedades mágicas.
Un día Juan lo invitó a su casa, le preparó café y charlaron sobre el Orbe y asuntos que a ambos les interesaban.
-Apenas sé nada de usted.-le dijo Juan.
-Sólo puedo decirle que nos conocemos desde hace mucho tiempo y que usted mismo me pidió que hoy le hiciese entrega de este objeto, y que cuando este hecho tuviese efecto, que jamás y bajo ningún concepto le revelara mi nombre. ¿Verdad que suena extraño?
Pues así ocurrió, y ya hace tanto tiempo que ni logro acordarme.-le dijo el desconocido.
Tras escucharle, Juan quedó en un punto intermedio entre mudo y sorprendido, y al final tuvo que darle la razón al hombre aceptando el Orbe.
-Este artefacto tuvo que pertenecer a una antigua civilización, ya que no logro sacarle ningún parecido a la civilización egipcia, minoica, germánica o maya.-se dijo Juan.
Todo parecía ser pese a alguna carcajada sarcástica cosa de seres interdimensionales. El tipo de cuentos que les encantan a los que hablan sobre misterio y supercherías.
Tiempo después, Juan pasó largos años investigando el objeto hasta que un día llegó a la triste conclusión de que el objeto en sí mismo parecía una especie de enigma que había que descifrar.
Juan había dejado el objeto durante días en agua, lo quemó en la chimenea en el transcurso de un frío invierno y luego lo enterró en el huerto del jardín una primavera entera, pero de todos modos nada le sucedió.
Y ya pasados muchos años y habiendo alcanzado una edad madura y muy cercana al medio siglo Juan decidió emprender un viaje para resolver el misterio del Orbe, hasta que finalmente se cruzó con alguien que tenía una misión parecida, solo que esta persona tenía una llave a la que todavía no había logrado encontrarle una cerradura. La mujer de Juan que se llamaba Elisa exclamó sorprendida al  ver que al fin había encontrado el objeto largamente añorado de su familia.
Juan simplemente le siguió la corriente a su mujer  y le hizo entrega del Orbe.
Entonces, Elisa introdujo la llave en el interior de la esfera, la giró y de pronto apareció una luz increíblemente cegadora que los cubrió por completo y que los hizo caer al suelo inconscientes.

El Culto a los Orbes

En aquel lugar Juan y Elisa descubrieron que los Orbes eran antiguos mecanismos de teleportación de seres creados por mentes superiores y más antiguas que las recientes civilizaciones terrestres.
Juan y Elisa se fueron a vivir con los hombres de aquel pueblo aunque dejaron el Orbe escondido en la cabaña, y no lo olvidaron. 
En la ciudad pronto fueron presentados a todas las autoridades y les mostraron las más bellas construcciones que sus ojos habían presenciado, y finalmente cuando ya habían ganado su confianza los llevaron al templo de los dioses y descubrieron que ese templo tenía en el altar principal tres huecos para la colocación de los orbes, y que uno de ellos faltaba. 
Juan y Elisa recordaron que el que probablemente faltaba era el que ocultaron en la cabaña a escondidas de los hombres de aquel pueblo desconocido.
Juan y Elisa regresaron a la cabaña y sacaron el Orbe. A la mañana siguiente regresaron al poblado disfrazados de monjes, se metieron en el templo, y cuando ya nadie miraba o pasaba por allí colocaron el Orbe en su correspondiente pedestal.
En seguida, las otras piedras comenzaron a iluminarse también y todo el templo quedó iluminado a la vez que empezó a desmoronarse.
Los habitantes de los alrededores del templo huyeron atemorizados en todas direcciones y avisaron al ejército de la ciudad que marchó en dirección a los temblores.
Cuando de pronto, una extraña e imperturbable voz inundó esas tierras.
-¡Quién osa despertarme de este letargo en el que me veo inmerso!-exclamó la voz cavernosa.
-Nosotros.-le contestaron a la vez Elisa y Juan, mientras trataban de esquivar el polvo, las piedras y los cascotes que se cernían sobre ellos. Cuando de pronto, una antigua criatura mitológica se presentó ante ellos. No era ni animal ni humano, nada parecido a cualquier ser que hubiesen visto antes, mas parecía un ser mitológico o de leyenda.
A Juan le pareció un Quetzalcoatl pero a Elisa le recordó más a un ser interdimensional. Un ser de otro mundo del universo que habló en un idioma que ambos pudieron comprender.

-He sido venerado durante siglos por estos hombres.-les dijo el ser.- Pero al fin ha llegado la conclusión de esta farsa, de este artificio aburrido, porque he de volver con los míos.
Ya hace muchos siglos que fui engañado, vilmente traicionado y encerrado aquí por unos hombres malvados que usaron mis poderes en mi contra con el único fin de fortalecerse ellos mismos, pero vosotros dos, Juan y Elisa, me habéis liberado al colocar el Orbe en el tercer pedestal. Por haberme salvado  de la esclavitud os doy las gracias. 
A partir de hoy os beneficiaré con incontables dones, riquezas y andaréis todos los caminos de la fortuna en la Tierra. Porque es allí adonde os enviaré de nuevo para que recuperéis vuestra vida y no penséis más en el Orbe.
Un objeto abobinable que lo único que ha hecho ha sido traerme desdichas..., y sí, yo era el desconocido que te habló al principio. Hasta siempre Juan. 
De repente, todo se cubre de oscuridad y una luz de esperanza brilla para alguien que creía haberla perdido.


Fin


Por Félix Olivera -Librilla-2.015

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